sábado, 29 de noviembre de 2025

Cómo el fin de la deducción por vivienda me hizo más rico

El 1 de enero de 2013, España vivió un drama fiscal: se eliminaba la deducción por compra de vivienda habitual para los nuevos compradores. Yo, que firmé mi hipoteca en 2012, me salvé por los pelos. Tenía derecho a ese "regalo" del Estado. Tenía derecho a deducirme el 15% de todo lo que pagara hasta los 9.040 euros anuales.

Durante años, escuché el mantra nacional que se repite en cada cena de Navidad: "Amortiza hipoteca hasta el tope. Es dinero gratis. Hacienda te paga la casa". Parecía el movimiento lógico, casi una obligación moral para cualquier ahorrador sensato.

Sin embargo, hoy, mirando mis cuentas a cierre de 2024, puedo decir algo que sonaría a herejía financiera para muchos: ignorar esa deducción fiscal y no obsesionarme con amortizar ha sido la decisión más rentable de mi vida.

Paradójicamente, el debate sobre el fin de las ayudas me obligó a echar cuentas. Y las cuentas me dijeron que el "premio" de Hacienda era, en realidad, una jaula de oro.

La trampa de los 1.300 euros

Mi situación era clara: tenía una hipoteca de 150.000 € y, tras pagar mis cuotas mensuales obligatorias, me sobraban unos 2.200 € al año para llegar al famoso tope fiscal.

La opción fácil (la Opción A) era dárselos al banco. A cambio, Hacienda me devolvería unos 330 € extra en la Renta. Un beneficio inmediato, seguro y... finito.

Ahí estaba la trampa. Esa deducción del 15% es un beneficio de "un solo disparo". Te lo dan una vez y se acabó. Pero al entregar ese capital al banco para matar una deuda barata (al 2,25%), yo estaba renunciando a la fuerza más poderosa de las finanzas: el interés compuesto.

Decidí tomar el camino menos transitado (la Opción B). Pagué mi cuota religiosamente, renuncié a maximizar la devolución de Hacienda y llevé esos 2.200 € anuales al S&P 500.

Lo que mis vecinos no vieron: El coste de oportunidad

Mientras mi entorno celebraba sus devoluciones de la Renta, yo veía cómo mis aportaciones en la bolsa de EE.UU. empezaban a trabajar.

  • Al amortizar, habría "ganado" un ahorro de intereses del 2% y una devolución fiscal puntual.

  • Al invertir, me subí a una ola histórica que ha rentado cerca del 14% anualizado.

La diferencia matemática ha sido abrumadora. Hoy, mi patrimonio neto es 38.400 euros superior al que tendría si hubiera seguido el consejo tradicional de "quitarme hipoteca". Perder unos cientos de euros en impuestos cada año fue el peaje necesario para ganar decenas de miles en el mercado.



La falacia de la "Casa Pagada" vs. La Libertad de la Liquidez

El "favor" que me hizo este cambio de mentalidad no fue solo numérico, fue estructural.

Si hubiera amortizado todo lo posible, hoy tendría una casa casi pagada, sí. Pero tendría "cero" euros en la cuenta de inversión. Sería rico en ladrillo y pobre en efectivo. Si mañana tuviera una emergencia o quisiera emprender un negocio, tendría que pedirle dinero al banco otra vez.

Al invertir, mi situación es la opuesta. Aún le debo dinero al banco (unos 100.000 €), pero tengo una cartera de inversión líquida de casi 80.000 € que puedo convertir en efectivo en 24 horas. Tengo deuda, pero tengo el control. La liquidez es la verdadera riqueza, no la ausencia de hipoteca.

La inflación: Mi socia silenciosa

Además, el tiempo me dio la razón con la inflación. La deuda que contraje en 2012 es nominal. Debo los mismos euros, pero esos euros hoy valen mucho menos que hace 12 años.

Al no amortizar, dejé que la inflación se "comiera" el valor real de mi deuda con el banco, mientras mis inversiones en bolsa crecían protegidas contra esa misma inflación. He pagado al banco con euros devaluados mientras acumulaba dólares revalorizados. A veces, los incentivos fiscales actúan como anteojeras que nos impiden ver el panorama completo. La deducción por vivienda nos condicionaba a ser conservadores, a enterrar el dinero en las paredes de casa.

Al salirme de ese carril, descubrí que es mucho más rentable ser dueño de las mejores empresas del mundo que ser dueño absoluto de mi casa un poco antes de tiempo.

Hacienda dejó de "regalarme" una pequeña parte, pero el mercado me ha recompensado con un patrimonio mucho mayor. Y esa libertad, sencillamente, no desgrava en la Renta: no tiene precio.

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